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Es increíble como el periodismo en Colombia y el mundo ha ido perdiendo su norte y cada vez se desvirtúa -aún más-. En días pasados, Jake Tapper, una de las caras más representativas de la cadena CNN, publicó un libro detallando la manera en que el Partido Demócrata habría ocultado y encubierto el deteriorado estado de salud mental del presidente Biden durante la campaña presidencial del último año en los Estados Unidos.
Más allá de la gravedad de los hallazgos de su investigación -o las preguntas que surgen de quién realmente estuvo manejando los destinos la primera potencia en momentos donde surgieron guerras en dos frentes que por poco nos llevan a una tercera guerra mundial- es cómo un personaje, que insultó a varios de sus entrevistados que se atrevían a mencionar lo que todos los votantes veíamos a primera vista, hoy se las tira de adalid de la verdad y la moral, cuando en el fondo siempre ha servido su agenda, actuando como cualquier mercenario más.
En Colombia, cuando el país está al borde de un colapso institucional sin precedente, el periodista Daniel Coronell y sus colaboradores de marras, sólo hablan del proceso contra el expresidente Álvaro Uribe Vélez. Un proceso espurio que ha debido ser archivado desde el primer día, pero que gracias a la presión de sus más álgidos enemigos se ha extendido por años -más largo que una semana sin carne diría un buen antioqueño- abusando del aparato de justicia y malgastando el dinero de los contribuyentes. Recursos que se podría estar utilizando en investigar a fondo los múltiples escándalos de corrupción de este gobierno, combatir el narcotráfico y la delincuencia organizada, o defender la institucionalidad frente a los embates de nuestro presidente adicto.
En la medida que la defensa del expresidente ha logrado demostrar con pruebas y testimonios la farsa que armaron sus detractores para picarlo judicial y reputacionalmente a pedacitos, ahora tratan de disfrazar su fracaso judicial con el argumento de que los principales testigos en el proceso han sido manipulados y direccionados por la defensa. De la nada surge el cuestionado abogado del régimen Miguel Ángel del Río, como supuesto defensor de las víctimas, para interponer una denuncia temeraria, buscando mantener vivo el proceso.
Para mí este nuevo ataque es producto de la obsesión enfermiza de un personaje que en algún momento fue considerado uno de los mejores periodistas investigativos del país, pero que su objetivo de asesinar moralmente al expresidente Uribe ha terminado por desdibujar su carrera. A esto súmenle la vil persecución judicial y mediática de la izquierda colombiana en pleno, que nunca ha podido aceptar su derrota en el campo de batalla.
Entiendo la importancia en la sociedad moderna de formar periodistas estructurados, estudiosos de varias disciplinas, y dispuestos a sacrificar todo por destapar escándalos de corrupción de quienes ostentan el poder político y económico. También de tener voces que representen a las poblaciones más vulnerables, y que defiendan nuestras libertades individuales frente a regímenes autoritarios.
Por eso es por lo que no entiendo como los autodenominados periodistas independientes entrevistan a personajes como Del Río o Benedetti rindiéndoles pleitesía, respeto y total admiración, y a renglón seguido, se refieren en tono burlesco del abogado Jaime Granados, como si ellos fueran los dueños de la verdad y la moral. Clara demostración de lo bajo que ha caído el periodismo en nuestro país.
El aprendizaje colectivo de estos tres años debe preservarse: es importante mantener la fuerza empresarial independiente de la política, pero pendiente de la misma, seguir contribuyendo al bienestar de los colombianos
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El fin de las ‘multilatinas’ y el nacimiento de las ‘multi-iberoamericanas’ no es solo cuestión evolutiva y de supervivencia. Es una actitud propia de una Iberoamérica que quiere estar conectada más conectada con la UE