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Hace un año, tras una charla sobre futuros y educación en el Caribe colombiano, se me acercó el jefe de seguridad del hotel. Era un hombre sereno, en sus cincuenta, de esos que observan en silencio. Me dijo: “Doctor, si las máquinas ya piensan, ¿para qué estudian nuestros hijos?”. No lo dijo con angustia, sino con el tipo de claridad que solo nace de la experiencia. Desde entonces, esa pregunta me acompaña en cada aula, foro o conversación sobre el futuro del trabajo.
La inteligencia artificial, IA, no es una novedad técnica: es el motor de una reconfiguración profunda del empleo, la educación y la sociedad. Y es desde allí, desde lo humano y lo estratégico, que debemos repensar la formación de los jóvenes.
Según el Foro Económico Mundial (2025), se crearán 170 millones de empleos hacia 2030, pero también desaparecerán 92 millones. El 39% de las habilidades actuales quedará obsoleto. Y aunque muchos aún ven esto como un fenómeno lejano o exclusivo del mundo digital, la realidad es que afecta sectores tan diversos como la salud, la logística, la educación o el comercio minorista.
Los jóvenes estarán en el epicentro de esta transición. Quienes tienen hoy entre 18 y 25 años no solo ocuparán los nuevos empleos, sino que, si se preparan, también podrán liderarlos. Pero para ello, debemos ofrecerles algo más que formación técnica.
Ya no basta con adaptar planes de estudio o enseñar a programar. Necesitamos una educación que forme estrategas, líderes capaces de anticipar, interpretar y actuar. Deloitte (2024) lo muestra con claridad: las organizaciones que integran el pensamiento estratégico tienen un 40% más de capacidad de adaptación frente a la disrupción. ¿Por qué no exigir lo mismo en nuestros sistemas educativos?
El pensamiento estratégico es más que una competencia profesional: es una actitud ante la vida. Implica imaginar futuros posibles, tomar decisiones con sentido, y alinear el conocimiento con el propósito. Y en esta era de IA, se vuelve imprescindible para ejercer el liderazgo ético que tanto necesitamos.
Bbva (2025) identificó cinco habilidades humanas que la inteligencia artificial no podrá reemplazar: empatía, juicio ético, creatividad, adaptabilidad e inteligencia emocional. Estas capacidades no deben verse como un complemento “blando”, sino como la nueva columna vertebral de la educación. Porque donde la IA procesa datos, el ser humano interpreta contextos. Donde la IA predice, nosotros comprendemos. Donde la IA optimiza, nosotros soñamos.
Por eso, el desafío no es solo incorporar habilidades técnicas y humanas por separado, sino integrarlas en una visión educativa más ambiciosa: formar jóvenes que dominen herramientas digitales, pero también que se pregunten para qué usarlas. Que entiendan la tecnología, pero que no dejen que los algoritmos dicten su ética ni su agenda.
En un artículo anterior, señalé la urgencia de “educar en lo humano para pensar en un mundo de incertidumbre”. Hoy quiero avanzar desde allí. Complementar esa premisa con un segundo paso: enseñar a pensar en grande. Pensar en términos de sistemas, de generaciones futuras, de impacto colectivo. Pensar más allá del empleo inmediato, para imaginar el tipo de sociedad que queremos construir.
Eso requiere valentía institucional. Universidades que se animen a repensar su rol. Empresas que no solo demanden habilidades, sino que acompañen procesos formativos. Gobiernos que incorporen la anticipación y la ética tecnológica como ejes de política pública. Y familias, como la del jefe de seguridad de aquel hotel, que no dejen de hacerse las preguntas incómodas.
En últimas, estamos ante una oportunidad sin precedentes: formar a la primera generación que convivirá de lleno con la inteligencia artificial. Pero también, formar a la generación que deberá decidir qué hacer con ella.
No se trata de preparar jóvenes para sobrevivir en un mundo automatizado. Se trata de que lideren su transformación con sentido. De que conviertan el conocimiento en agencia, la tecnología en herramienta y la incertidumbre en posibilidad.
Recuerdo lo que me dijo, meses después, un gran empresario latinoamericano dedicado a la transformación digital, en una conversación informal que tuvimos en Nueva York: “El futuro no será de quien entienda la tecnología, sino de quien la use para cambiar vidas”. Ojalá formemos a esos líderes. No solo técnicos brillantes, sino seres humanos con visión, capaces de imaginar, construir y sostener un futuro más justo, más ético y humano.
El aprendizaje colectivo de estos tres años debe preservarse: es importante mantener la fuerza empresarial independiente de la política, pero pendiente de la misma, seguir contribuyendo al bienestar de los colombianos
La gente busca beneficios, y si la oferta se fundamenta en precios bajos, lo más lógico es que se llegue a una guerra de precios que disminuye las posibilidades de tener una rentabilidad adecuada