Conozca más de la crisis de contaminación que se esconde detrás de la salmonicultura

En los últimos años, la acuicultura de salón se convirtió en uno de los pilares en la producción de proteína animal. De hecho, según cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en los primeros nueve meses de 2024 se cultivaron cerca de 2.019.600 toneladas de salmón atlántico en granjas marinas, una cifra que, sin duda alguna, demuestra cómo la producción de este alimento mantiene una escala sin precedentes.

Es importante destacar que este crecimiento en el mercado en gran medida viene impulsado principalmente por la demanda de mercados como Estados Unidos y Europa, los cuales representan aproximadamente 60% del comercio mundial, con un valor de aporte a la industria de US$25.000 en 2024. No obstante, detrás de cada uno de esos números y del potencial tan grande que tiene este sector, se esconde una crisis ambiental que afecta al océano, costas y comunidades de todo el mundo.

Una de las principales afectaciones se deriva de la sobrepoblación que hay en jaulas flotantes, que conlleva riesgos de fugas masivas. En países clave en la producción de este alimento como Noruega y Chile se reportan normalmente en promedios tres incidentes de especies al año, en los que se liberan una gran cantidad de salmones de cultivo, que son competentes y se mezclan con especies nativas, alterando de esta manera las dinámicas ecosistémicas y por ende complicando la recuperación natural de las poblaciones silvestres.

Por otro lado, la contaminación química es otro de los mayores desafíos, debido a que la acuicultura utiliza 165 mg de antimicrobianos por kilo de biomasa tratada, de acuerdo con el Centro Nacional para la Información Biotecnológica, una cifra que es superior si se compara con la de otras producciones animales, lo que a nivel global implica decenas de miles de toneladas de antibióticos que son liberados en el agua cada año.

Noruega, el mayor productor con la mitad de la cuota de mercado mundial, enfrenta mortandades récord a causa de condiciones climáticas extremas y por la proliferación de parásitos, lo que obliga a mayores tratamientos y el aumento de la presión química sobre el medio marino.

Adicionalmente, en los sedimentos y praderas marinas los desechos fecales y el alimento que no se consume se acumulan, generando zonas hipóxicas donde es común que la concentración del oxígeno se desplome hasta 70%, provocando la muerte masiva de moluscos, gusanos y otros organismos bentónicos. Estas zonas en las que ocurre esto reducen significativamente la biodiversidad y disminuyen la capacidad de los fondos marinos para actuar como sumideros de carbono.

Otra problemática fundamental es la bioacumulación de contaminantes orgánicos en el salmón de cultivo, como, por ejemplo, las dioxinas, PCB y otros contaminantes emergentes. Esto podría llegar a presentar un riesgo para los consumidores de este alimento. Bajo este mismo contexto, la presión socioeconómica que hace este sector produce que países productores vean reducidas sus capturas artesanales al compartir con granjas que alteran sistemas de corrientes y calidad de agua.

Es importante destacar que, frente a estas amenazas, algunos países y empresas apuestan por modelos que son mucho más sostenibles, como los sistemas de recirculación en tierra, que reducen casi por completo las fugas y vertidos, aunque el punto negativo de esto es que tienen altos costos energéticos. Otra solución es la acuicultura multitrófica integrada, que combina salmones con moluscos y macroalgas, para así aprovechar los nutrientes residuales y en la misma medida disminuir la eutrofización.

Finalmente, la regulación global continúa siendo rezagada; por ello, organismos como la FAO y la Global Salmon Initiative promueven normas armonizadas y certificaciones relacionadas con sostenibilidad, aunque la adopción real de este tipo de propuestas depende de la voluntad política y la transparencia que haya en la cadena de suministro.