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Las remesas que se reciben en el país, de colombianos que viven en el exterior, se han convertido en uno de los pilares silenciosos de la economía colombiana. En 2024, sumaron US$11.800 millones, según el Banco de la República. Son más que una ayuda familiar. Son una fuente clave de divisas, más estable que muchas exportaciones.
El impacto no es menor. En 2024, 7,3% de las ventas de vivienda nueva fue a colombianos no residentes, según MinVivienda. En Quindío, Risaralda, Valle, Magdalena y Antioquia, la proporción supera 10%. A estas, se suman los envíos de dinero que permiten a miles de familias pagar arriendos, servicios públicos y cuotas hipotecarias.
Las remesas son inversión. Y también consumo. Dinamizan sectores y sostienen hogares. Han llegado a ser más importantes que el carbón o el café. En varios trimestres, incluso superaron a la inversión extranjera directa. Colombia, al igual que varios países latinoamericanos, se ha vuelto dependiente de sus migrantes.
Las remesas son fundamentales para América Latina. En 2024, México recibió US$65.000 millones, Guatemala US$21.500 millones y le sigue Colombia. En países como El Salvador y Honduras, equivalen a una cuarta parte de su PIB. Con las ideas de Trump sobre deportaciones, migración y remesas, se podría afectar el crecimiento regional.
Para 2025, se estima que las remesas superen 3% del PIB colombiano. Una cifra que habla por sí sola. Es dinero que entra sin endeudar al país y sin condiciones externas. Va directo al bolsillo de quienes lo necesitan. Son oxígeno en tiempos de inflación. Amortiguan el alza de precios y estabilizan el consumo. Sobre todo, en los hogares más vulnerables, donde el salario no alcanza y el crédito es inexistente.
También impulsan pequeños negocios. Para miles de emprendedores informales, una remesa mensual es la diferencia entre cerrar o sobrevivir. Financian inventario, arriendos y hasta empleados. Además, abren puertas al sistema financiero. Muchas remesas entran por bancos o billeteras digitales. Generan historial crediticio. Y con él, acceso a crédito formal. Eso es inclusión financiera real.
En cuanto el destino, el fenómeno no es solo de Eje Cafetero y los ya mencionados. Cundinamarca y Atlántico también reciben montos importantes. Las remesas llegan a donde no hay grandes proyectos, ni planes del gobierno. Estados Unidos es el principal origen. En 2024, representó cerca de 55% del total, según el Banco Mundial. Le siguen España, Chile, Canadá y Australia. La diáspora colombiana ya es global.
Pero esa fortaleza también puede ser una debilidad. Una caída en el empleo de los migrantes, cambios regulatorios o crisis en esos países, pueden golpear duro a Colombia. Es un riesgo latente. Si las remesas caen, sube el dólar. Se frena el consumo. Aumenta la inflación. Baja la producción. Y sube la pobreza. El golpe sería macroeconómico. Pero, sobre todo, social.
En suma, hoy las remesas sostienen una parte clave de la economía. Pero no podemos darlo por sentado. La dependencia exige previsión. Políticas que fortalezcan la conexión con la diáspora. Y una economía que no dependa solo del dinero que envían quienes se fueron.
Humanizar el aprendizaje es, entonces, resistir la tentación de convertir la educación en un proceso técnico, despersonalizado o meramente instrumental
Debemos identificar con urgencia líderes y ciudadanos que promuevan el cuidado, y entonces promoverlos y acompañarlos, pues sin cuidado no hay patria ni hay camino